Un matemático —aunque nadie puede ser solamente un matemático—, se molestaba bastante ante el disparate que le planteaban las exposiciones de arte de vanguardia. Con nostalgia añoraba las épocas en que las operaciones artísticas se limitaban a ecuaciones estables que utilizaban los factores lienzo y óleo para la pintura y mármol para la escultura (el dibujo lo asumía como un boceto preparatorio de menor valor). No aceptaba el arte que veía ahora, no lo quería aceptar; quería ver de vuelta la pintura de un paisaje o el sólido virtuosismo de la mano que hace emerger otra mano de la piedra.
Un día —aunque no se vive solamente un día— el matemático entró a una de esas galerías donde exponían el tipo de arte que él rechazaba, lo hizo más forzado por el tedio que por la convicción, no lo animaba ser un espectador, ir a ver ese arte experimental era para él como cazar una apuesta en la que sabía de antemano que la estadística señalaba que todos los factores estaban en su contra. Sobre las paredes blancas de la galería encontró unos lienzos blancos donde aparecían dibujadas, con una tipografía sencilla, operaciones matemáticas. En el primer cuadro se representaba un sólo número; en el segundo la suma de dos números; en el tercero una resta; en el cuarto una multiplicación; en el quinto una división; en el sexto una suma compleja; en el séptimo la potenciación de los números. En el octavo se planteaba la suma de los números binarios; en el noveno la regla de tres; y así paulatinamente, las operaciones se iban volviendo más complejas, haciendo que el matemático se demorara cada vez más para poder descifrar el género de los enunciados que cuadro a cuadro se cifraban. Al salir de la galería, sintió cierto agrado: por su condición de matemático lo había entendido todo. Además, no sin orgullo, formuló una crítica a la exposición, pues en la muestra brillaban por su ausencia las paradojas matemáticas, su género favorito, “seguro se debe a la ignorancia del artista que pintó los cuadros, es un amateur” pensó. Pero aun así, la experiencia en la exposición fue de su agrado, su mente, visitante frecuente del abismo de los números, no se había limitado a apreciar las operaciones básicas y había podido interpretar las construcciones más complejas y formular posibles especulaciones. Con respecto al contexto, lo tenía sin cuidado haber visto todo esos símbolos matemáticos en una galería, lo que él había visto era matemática, no arte, y su posición intransigente con respecto al arte no tradicional seguía siendo inquebrantable, “la excepción confirma la regla” alcanzó a pensar. Nunca más volvió por esa galería.
La mayoría de la gente sabe sumar, restar, dividir o multiplicar, pero sólo a unos pocos les es dado adentrarse en las relaciones que plantean los números; así mismo, los artistas para poder expresar sus pensamientos se ven abocados a inmensas complejidades que no cualquiera entendería. Hay paradojas matemáticas y cuadros pintados en blanco sobre blanco.
Fábulas
Francois Bucher
Lucas Ospina
(1999)
martes, marzo 14, 2006
Una fábula
Publicadas por Alejandro Martín a la/s 8:45 a. m.
Etiquetas: artista matemático, matemático artista, paradojas
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario